Erlendy Cuero Bravo: la mujer que sembró esperanza sobre el dolor
A orillas del río Dagua, en el corregimiento número ocho del Guainía, en Buenaventura, nació una niña que aún no sabía que cargaría el mundo sobre sus hombros. Su nombre es Erlendy Cuero Bravo, y aunque la vida le arrebató casi todo, nunca logró quitarle la esperanza.
Desde muy pequeña, la tragedia le abrió las puertas sin pedir permiso. Con apenas 9 años, su madre murió en un accidente de tránsito, y a los 13, fue testigo del asesinato de su padre, impactado por siete disparos que se clavaron no solo en su cuerpo, sino en el alma de Erlendy. No era sólo la pérdida de sus seres queridos; era el fin de la infancia, el comienzo forzado de una vida donde el dolor marcaría cada paso.
Erlendy recuerda con dulzura su niñez, antes de que todo se quebrara, se desbordara. La electricidad y el agua potable escaseaba no llegaban hasta su comunidad, pero eso no importaba: tenía el calor de su familia, las risas de sus hermanos, primos y vecinos de crianza, las visitas a sus tías, los juegos en la calle, el ponchado, el escondite, el yeimi. Recuerda también el plato caliente, la cama limpia, y ese amor que no necesitaban palabras.
“No existía la discriminación en mi pueblo”, cuenta Erlendy, como quien guarda un secreto que solo los ríos conocen. “Yo corría sin miedo.” afirma.
Pero la violencia sí existía, y golpeó fuerte. Obligada a huir de su tierra, llegó a Cali siendo muy joven, trabajando como empleada doméstica en casas de familia, enfrentando una ciudad acogedora, bulliciosa y desconocida. Allí, fue víctima de violencia sexual y física por parte de un hombre sin escrúpulos que, como tantos otros, creyó tener poder sobre su cuerpo y su dignidad. Años después, en otra relación la sumió en el desencanto del alcoholismo y la precariedad que abrazaba a esta otro persona. De esas uniones nacieron sus dos hijos: Gina Andrea y Alex Johan, sus respiros, su motor, su refugio.
Aun así, la vida no le dio tregua. Volvió a Buenaventura buscando una salida, pero encontró más violencia, más grupos armados, más miedo. Regresó entonces de nuevo a Cali, con “una mano adelante y otra atrás”, como dice Erlendy y sus hijos como única herencia.
Fue en 2008 cuando una luz se filtró entre tanto dolor. Gracias a la articulación en los procesos organizativos afrodescendientes, Erlendy encontró en el activismo una razón para sanar. Comenzó a luchar por los derechos humanos colectivos de su pueblo, por los que no tienen voz, por los que aún no saben que pueden resistir, por esos que nunca se rinden. Pero mientras defendía a otros, su hija adolescente, Gina Andrea, quedaba embarazada producto de una relación marcada por el mismo patrón de violencia que ella sufrió años atrás. La historia se repetía.
Así nació Kenia Alejandra, su primera nieta, la niña que le devolvió el aliento. Luego llegó a sus vidas Ayleen Naira, y con ellas dos, otra oportunidad de amar sin medida. Sin embargo, su hijo menor cayó en el abismo del consumo y las pandillas, fruto del abandono emocional que Erlendy, a pesar de su amor, no pudo prevenir.
Fue entonces cuando decidió dar un giro definitivo y decidirse entre estudiar Psicología o derecho. En un evento escuchó a la maestra y poeta Mary Grueso Romero, quien al conocer su historia le dijo: "Tú naciste para ser abogada". Así, de la mano de su padre putativo Jair Valencia Mina, la llevo a matricularse en la universidad. Estudió Derecho por vocación y se especializó por convicción en Derechos Humanos en la Universidad Minuto de Dios de Cali. Contra todo pronóstico, se convirtió en lo que siempre fue: una defensora incansable.
Pero el dolor volvió a golpear: su hermano Bernardo Cuero Bravo, también líder social, fue asesinado por su trabajo en la costa Caribe. Su otro hermano de vida, James Gonzalo Bravo, sigue siendo su compañero de lucha, su sombra solidaria.
Sus referentes son nombres que marcaron su historia: la historia de Rosa Parks, en el Estado de Alabama, Casilda Cundumi Dembele, Martin Luther King, las mayoras de su comunidad-pueblo, Aurora Vergara Figueroa, Francia Márquez Mina, su padrino “El Chino”, lleno de rebeldía comunitaria y solidaridad, la “desbocada” Jhoana Caicedo, como cariñosamente le dice a la actual Secretaria de Paz y Ciudadanía de Cali.
Hoy, Erlendy Cuero Bravo es vicepresidenta de Afrodes, funcionaria de la Secretaría de Paz y Ciudadanía, de la Alcaldía de Cali y referente nacional e internacional en la defensa de los derechos del pueblo afrocolombiano. Pero antes que todo eso, es madre, abuela, hermana y sobreviviente. Una mujer que cada día le agradece a sus santos por seguir viva, por no dejarse avasallar por el cansancio, por aún tener ilusiones.
La historia de Erlendy no es solo una historia de dolor, es una historia de resistencia popular. Porque cuando todo parecía perdido, ella eligió florecer sobre las ruinas.
Por: Jefferson Montaño Palacio
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