Francisco: el papa que incomodó al poder y abrazó al pueblo
En
una era de liderazgos carismáticos que a menudo encubren vacíos morales, la
figura de Jorge Mario Bergoglio —el Papa Francisco— emergió como un faro
incómodo, pero imprescindible. Su pontificado, que concluyó con su
fallecimiento este lunes 21 de abril de 2025, no fue simplemente un episodio
eclesiástico: fue una cruzada humanista. Francisco dejó una huella teológica,
pero también política, ética y cultural.
Por: Isabel Cortés
Durante más de
una década al frente del Vaticano, fue una voz incómoda para los poderosos, un
consuelo para los desposeídos y un factor de disrupción tanto dentro como fuera
de la Iglesia. Su liderazgo, como lo describe Randy Boyagoda, profesor de la
Universidad de Toronto, fue “poco ortodoxo, pero eficaz”: conjugó la solemnidad
del papado con una participación mediática sin precedentes.
Desde las
villas de Buenos Aires hasta los pasillos del Vaticano, Francisco no olvidó sus
orígenes. Su crítica al sistema económico global fue clara y persistente: “Así
como el mandamiento ‘no matarás’ pone un límite a la violencia, hoy debemos
decir: ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata”,
escribió en Evangelii
Gaudium (2013).
Esta no fue una frase suelta: fue el corazón de su
pensamiento económico. En un mundo con 700 millones de personas en pobreza
extrema (según la ONU, 2023), sus palabras incomodaron a mercados, gobiernos y
gurús del libre comercio. Su enfrentamiento con líderes como el presidente
argentino Javier Milei —quien llegó a llamarlo “representante del maligno”— fue
inevitable. Y revelador.
En Estados Unidos también fue incómodo. A comienzos de
2025, criticó duramente los planes de deportación masiva propuestos por Donald
Trump y respondió, sin nombrarlos, a las justificaciones pseudo-religiosas del vicepresidente
J.D. Vance. En una carta dirigida a los obispos estadounidenses, escribió:
“Lo que se construye a base de fuerza, y no sobre la verdad
de la igual dignidad humana, mal comienza y mal terminará.”
Francisco defendió el derecho al trabajo, la tierra y el
techo; la causa de los migrantes y los pueblos indígenas; el diálogo
interreligioso y la justicia climática. Pero también mantuvo una firme postura
doctrinal en temas como el aborto, la eutanasia o el matrimonio igualitario.
Este equilibrio desconcertante fue, para muchos, prueba de su independencia.
“No era apropiable por ninguna ideología”, afirma el
académico José Francisco Serrano Oceja. Para algunos fue revolucionario; para
otros, un populista. Para todos, un enigma.
Criticó la “cultura woke” y lo que llamaba “colonización
ideológica”, pero a la vez condenó el autoritarismo, el racismo sistémico y la
indiferencia social. Su identidad no fue ideológica: fue geográfica y
espiritual. Fue el primer Papa del Sur Global, y eso cambió el centro de
gravedad de la Iglesia.
En Bolivia
(2015), proclamó ante movimientos sociales que “la tierra, el techo y el
trabajo son derechos sagrados”. Con la “Economía de Francisco”, convocó a
jóvenes economistas a diseñar modelos económicos más humanos. Algunas de esas
propuestas fueron acogidas por ONGs internacionales en 2023.
Tensiones como la que sostuvo con Javier Milei revelan la
profundidad de su impacto. El entonces candidato lo atacó sin reparos; como presidente,
acudió al Vaticano a pedir disculpas. El gesto fue leído más como cálculo que
como arrepentimiento. Pero para entonces, Francisco ya había sembrado algo más
duradero: una mística popular. Desde curas villeros hasta movimientos sociales,
su defensa de los pobres había echado raíces.
“El Papa no habla desde una ideología, sino desde el
Evangelio encarnado en el dolor de los que sufren”, decían desde las parroquias
populares de Buenos Aires.
En Canadá,
país donde el catolicismo sigue siendo la religión con más fieles (casi 11
millones, según el Censo de 2021), Francisco dejó una huella indeleble. En
2022, pidió perdón públicamente por el papel de la Iglesia en el sistema de
escuelas residenciales para pueblos indígenas. Cargó, aunque fuera por un
momento, con el peso de siglos de abuso, silencio y complicidad.
Bajo el cielo azul de Maskwacis, en Alberta, donde funcionó
la siniestra Ermineskin
Residential School, dijo:
“Estoy profundamente dolido. Humildemente, pido perdón por
el mal que tantos cristianos cometieron contra los pueblos indígenas.”
Allí, entre tocados ceremoniales, lágrimas y silencios
densos, la historia encontró un instante de dignidad. Sin embargo, la omisión
de los abusos sexuales, de los experimentos médicos, de las tumbas sin nombre,
dejó heridas abiertas. “Importante en términos históricos y emocionales, sí”,
sostiene Michael Boyagoda, experto en estudios religiosos. “Pero solo será
transformador si se traduce en reparación, devolución de tierras y reformas eclesiásticas
reales.”
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